viernes, 24 de abril de 2009

LA VIDA ES INFINITAMENTE MÁS AMPLIA QUE LA CIENCIA, BAKUNIN

La gran desgracia es que una gran cantidad de leyes naturales ya constadas
como tales por la ciencia, permanezcan desconocidas para las masas populares,
gracias a los cuidados de esos gobiernos tutelares que no existen, como se sabe,
más que para el bien de los pueblos... Hay otro inconveniente: la mayor parte de
las leyes naturales inherentes al desenvolvimiento de la sociedad humana, y que
son también necesarias, invariables, fatales, como las leyes que gobiernan el
mundo físico, no han sido debidamente comprobadas y reconocidas por la ciencia
misma.
Una vez que hayan sido reconocidas primero por la ciencia y que la ciencia, por
medio de un amplio sistema de educación y de instrucción populares, las hayan
hecho pasar a la conciencia de todos, la cuestión de la libertad estará
perfectamente resuelta. Los autoritarios más recalcitrantes deben reconocer que
entonces no habrá necesidad de organización política ni de dirección ni de
legislación, tres cosas que, ya sea que emanen de la voluntad del soberano, ya
que resulten de los votos de un parlamento elegido por sufragio universal y aun
cuando estén conformes con el sistema de las leyes naturales -lo que no tuvo
lugar jamás y no tendrá jamás lugar-, son siempre igualmente funestas y
contrarias a la libertad de las masas, porque les impone un sistema de leyes
exteriores y, por consiguiente, despóticas.
La libertad del hombre consiste únicamente en esto, que obedece a las leyes
naturales, porque las ha reconocido él mismo como tales y no porque le hayan
sido impuestas exteriormente por una voluntad extraña, divina o humana
cualquiera, colectiva o individual.
Suponed una academia de sabios, compuesta por los representantes más ilustres
de la ciencia; suponed que esa academia sea encargada de la legislación, de la
organización de la sociedad y que, sólo inspirándose en el puro amor a la verdad,
no le dicte más que leyes absolutamente conformes a los últimos descubrimientos
de la ciencia. Y bien, yo pretendo que esa legislación y esa organización serán
una monstruosidad, y esto por dos razones: La primera, porque la ciencia humana
es siempre imperfecta necesariamente y, comparando lo que se ha descubierto
con lo que queda por descubrir, se puede decir que está todavía en la cuna. De
suerte que si quisiera forzar la vida práctica de los hombres, tanto colectiva como
individual, a conformarse estrictamente, exclusivamente con los últimos datos de
la ciencia, se condenaría a la sociedad y a los individuos a sufrir el martirio sobre
el lecho de Procusto, que acabaría pronto por dislocarlos y por sofocarlos, pues la
vida es siempre infinitamente más amplia que la ciencia.
La segunda razón es ésta: una sociedad que obedeciere a la legislación de una
academia científica, no porque hubiere comprendido su carácter racional por sí
misma (en cuyo caso la existencia de la academia sería inútil), sino porque una
legislación tal, emanada de esa academia, se impondría en nombre de una ciencia
venerada sin comprenderla, sería, no una sociedad de hombres, sino de brutos.
Sería una segunda edición de esa pobre república del Paraguay que se dejó
gobernar tanto tiempo por la Compañía de Jesús. Una sociedad semejante no
dejaría de caer bien pronto en el más bajo grado del idiotismo.
Pero hay una tercera razón que hace imposible tal gobierno: es que una academia
científica revestida de esa soberanía digamos que absoluta, aunque estuviere
compuesta por los hombres más ilustres, acabaría infaliblemente y pronto por
corromperse moral e intelectualmente. Esta es hoy, ya, con los pocos privilegios
que se les dejan, la historia de todas las academias. El mayor genio científico,
desde el momento en que se convierte en académico, en sabio oficial, patentado,
cae inevitablemente y se adormece. Pierde su espontaneidad, su atrevimiento
revolucionario, y esa energía incómoda y salvaje que caracteriza la naturaleza de
los grandes genios, llamados siempre a destruir los mundos caducos y a echar los
fundamentos de mundos nuevos. Gana sin duda en cortesía, sabiduría utilitaria y
práctica, lo que pierde en potencia de pensamiento. Se corrompe, en una palabra.

Es propio del privilegio y de toda posición privilegiada el matar el espíritu y el
corazón de los hombres. El hombre privilegiado, sea política, sea
económicamente, es un hombre intelectual y moralmente depravado. He ahí una
ley social que no admite ninguna excepción, y que se aplica tanto a las naciones
enteras como a las clases, a las compañías como a los individuos. Es la ley de la
igualdad, condición suprema de la libertad y de la humanidad.

Un cuerpo científico al cual se haya confiado el gobierno de la sociedad, acabará
pronto por no ocuparse absolutamente nada de la ciencia, sino de un asunto
distinto; y ese asunto, como sucede con todos los poderes establecidos, será el de
perpetuarse a sí mismo, haciendo que la sociedad confiada a sus cuidados se
vuelva cada vez más estúpida, y por consiguiente más necesitada de su gobierno
y de su dirección.

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